El calcio es el mineral que se encuentra en mayor cantidad en nuestro cuerpo y representa alrededor del 1,8 % del peso total. El 99 % del calcio se encuentra en los huesos y en la dentina, que es la sustancia con la que se forman los dientes. Los huesos no solo contienen calcio, sino que también desempeñan un papel importante en el almacenamiento. El calcio está presente principalmente en los huesos (98 %), en pequeña parte en los dientes (1 %) y en los fluidos corporales (1 %). La función principal del calcio en nuestro cuerpo está relacionada con la construcción de huesos y dientes, en la cual desempeña un papel estructural a nivel del sistema musculoesquelético. Además, constituye una fuente primaria de reserva para mantener la concentración plasmática fisiológica y garantizar ciertas necesidades metabólicas.
El calcio regula la contracción muscular e interviene en la transmisión de los impulsos nerviosos, lo que mantiene la salud del sistema nervioso. Además, el calcio normaliza la circulación sanguínea y regula la frecuencia del latido cardíaco, mantiene bajos la presión arterial y el colesterol, y contribuye a la coagulación de la sangre. El calcio también participa en la permeabilidad de la membrana celular, la multiplicación y diferenciación de las células, la síntesis de ciertas hormonas y la activación de ciertas enzimas. Por tanto, desempeña un auténtico papel multivalente, aunque esté casi exclusivamente asociado a la formación ósea.
Las necesidades diarias de calcio varían de una persona a otra, según la edad, el sexo y las condiciones fisiológicas. En adultos 800 mg, en niños (hasta 10 años) 400-500 mg, en adolescentes 1000-1300 mg, en ancianos 1000 mg, en mujeres embarazadas y en lactancia materna 1200-1500 mg. Junto con la vitamina D sinérgica, el calcio es esencial para la constitución del sistema esquelético desde los primeros meses de desarrollo fetal, de ahí que la necesidad aumente durante el embarazo y la lactancia. Luego, después del pico de madurez esquelética (entre los 20 y los 30 años), la densidad del calcio en los huesos comienza a disminuir gradualmente. Si falta calcio en los primeros años de vida, los problemas principalmente se relacionan con la estructura ósea, que presenta una densidad mineral reducida, con riesgo de deformación ósea y raquitismo. Si no hay un aporte adecuado de calcio mediante la nutrición, las dolencias varían desde la simple presencia de calambres musculares (incluso a nivel abdominal) hasta hormigueo en los dedos, dolor de cabeza y lapsus de memoria, irritabilidad y nerviosismo. También puede causar desde piel seca, uñas quebradizas y caída del cabello, hasta disfunciones reales del aparato osteoarticular, como dolor óseo, fragilidad y riesgo de fracturas, caries dentales, descalcificación ósea en ancianos y osteoporosis en mujeres menopáusicas. El exceso de calcio se elimina a través de las secreciones corporales, es decir, heces, orina y sudor.
Quienes deben considerar suplementarse con calcio son:
- aquellos que no toman productos lácteos (por alergia o por otras razones);
- las mujeres menopáusicas, que están en riesgo de osteopenia u osteoporosis;
- las mujeres embarazadas y lactantes;
- las personas mayores de 55-60 años;
- quienes sufren de enfermedad celíaca u otros problemas gastrointestinales, que pueden causar mala absorción;
- quienes se someten a un tratamiento prolongado con corticosteroides.
Desde la infancia, el calcio, con la ayuda paralela y complementaria de la vitamina D, es un nutriente vital ampliamente recomendado por los médicos para la prevención y el tratamiento de la osteopenia, la osteoporosis y las fracturas por fragilidad. Numerosos estudios han demostrado que un aporte o una producción interna deficiente de estos elementos, así como una absorción intestinal limitada, se relacionan con un mayor riesgo de fractura en la edad avanzada.
Además, el calcio y la vitamina D son esenciales para la efectividad en los tratamientos de la osteoporosis.
Modo de empleo: tomar 2 cápsulas al día con agua.